domingo, 31 de agosto de 2008

Mi peor pesadilla, realidad inevitable


Hay sueños que reconfortan, que alivia, sueños premonitorios, pesadillas, pero el dolor de creer perder a un familiar es peor que la misma muerte, mi peor pesadilla, la pérdida de mi padre.
Habían pasado unos meses de su cumpleaños (hace casi quince días lo celebramos) y me avisaban que lo habían atropellado y falleció por los golpes. Me quedé en blanco cuando desperté y recordé todo el sueño, sufrí y sufrí mucho.
Fue uno de esos sueños que te lleva toda la noche hilar la historia, despiertas y te das cuenta que no es real, pero duele y cuando logras dormir de nuevo continúa como si no hubieras despertado nunca.
En mi sueño transcurrieron cinco meses, nunca vi su cuerpo en un ataúd, no hubo funeral y de repente estaba en la última misa, que ahora es común en lugar del novenario, que de todos modos es terrible.
Lo que más se quedó grabado fue el momento en el que mi marido está a mi lado viendo todo el panorama y me decía que debía estar bien de nuevo, porque en su vida yo era parte de lo que le daba claridad y sentido a cada día. En ese instante me derrumbo y le digo con franqueza que no puedo, en ese momento no puedo, porque ni siquiera pude sentir su abrazo por última vez, un beso en la frente y que me dijera flaquita o hija y eso simplemente desgarra.
A mi familia siempre les he dicho que los amo, nunca he dejado de hacerlo y cuando lo digo, es más por la necesidad de sentir su cariño, no para escuchar un “yo también” es porque deseo que sepan cuanto les necesito aún en mi vida.
Sé que a veces no me escuchan, solo responden en automático, pero cuando me ven a los ojos, me sonríen y me responden con un beso, me reconforta, casi siempre olvido el estrés del día, el cansancio y las prisas. Así que pensar en la pérdida fue terrible.
Durante el sueño yo estaba muy ausente, no lo creía, pasaba mucho tiempo y yo estaba tranquila, sin dolor, sin luto, porque no podía creer que eso fuera verdad, de alguna manera yo sabía que eso no estaba pasando, sentía su presencia, así que su muerte me era ajena, lejana, irreal.
Recuerdo un diálogo con mi hermana “por lo menos pudo gritar con gusto que cumplió 69” le divierte decir que ha llegado a ese número y que él es el “seis” pero que le divierte más el nueve. Me pegó su ausencia y no dejé de llorar, cuando desperté estaba completamente empapada en sudor, tensa, me dolía la quijada y la espalda, mi esposo estaba en la ducha y mi bebé sobre mis piernas.
No lloré, sabía que había terminado todo, pero cada momento fue doloroso, ahora sé que si eso fuera real, lo que más me dolería sería no sentir sus brazos sobre mis hombros aunque me canse cargarlo, sus trompetillas cuando quiere atención, su risa, sus anécdotas que conozco desde pequeña, pero siempre cambia algún fragmento. Sus rabietas por querer comer algo que no debe, sus eternas peleas con mi madre por cualquier cosa, su tacañería y la herencia más directa con mi hermano, sentarse a comer sin importar que se acabe la comida y todavía falte que mi mamá se siente.
Antes de concluir el sueño, vi su cuerpo tendido en la acera y grite.
Espero que falten muchos años para que tenga que vivir esa experiencia, que sé es infame y no puedo evitar, porque hoy puedo afirmar que no la sobreviviría.
Te amo Lalona.